Hace unos días una de mis primas más cercana se accidentó en su coche. Al parecer el coche quedó destrozado, con las llantas para arriba en medio de la carretera, pero ella, por esos milagros de la vida, suerte, buen karma o como le quieran llamar, sólo tuvo algunos golpes y rasguños, afortunada, muy afortunadamente nada de gravedad.
Al día siguiente del accidente, cuando hablé con ella para saber cómo estaba, me contó lo que pasó. Lo que ella no supo (ni sabrá si no lee el blog) es lo mucho que me impactó su relato, no por el hecho que no le pasara nada, que fue de por sí ya una bendición, sino porque me dijo que cuando el coche terminó de girar, ella se mantenía inmóvil, totalmente shockeada, sólo escuchaba que la gente se acercaba diciendo “no la muevan, está muerta… no se le acerquen, esperen a la policía”. Cuando ella los escuchó, dice que pensó “¡¿De verdad estaré muerta?!” y fue esta pregunta justo lo que me puso a escribir.
Mucho se ha reflexionado sobre la fragilidad de la vida y de lo que hay después de la muerte; se nos presentan todos los escenarios posibles según el enfoque: el famoso más allá, el paraíso o el infierno, quedar vagando como espíritu, reencarnar, convertirnos en energía, etc. Pero la duda no puede dejar de surgir, ¿qué pasará en realidad?, ¿tendremos tiempo de preguntarnos si estamos muertos?, ¿tendremos siquiera algún tipo de conciencia de nuestro estado? o ¿simplemente desapareceremos y listo?
No pretendo ponerme a filosofar, pero la pregunta no deja de darme vueltas en la cabeza desde ese día “¿De verdad estaré muerta?”, ¿de verdad, el día que me muera, tendré la oportunidad de preguntarme si estoy muerto? Creo que es una cuestión de curiosidad muy humana y de una pregunta muy fundamental.
Al final ella reaccionó y se puso a gritar: “¡ayúdenme!, ¡sáquenme de aquí!”, y claro, la gente le ayudo. No le he preguntado si ha tenido pesadillas, o si tuvo oportunidad de pensar qué pasaría después si es que en realidad estaba muerta… la duda queda, pero que bueno que Myriam está aquí.
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