Recolector de Palabras



A lo largo de mi vida he tratado de coleccionar varias cosas sin, aparentemente, mucho éxito.



La primera vez fueron gorras, la mayoría de equipos de beisbol pero también otras que, por raras o coloridas, llegaban a gustarme bastante.



En algún otro momento empecé a coleccionar timbres postales, tenía algunos amigos por correspondencia y conocidos de otros países, por lo que mi colección, aunque nada profesional, era muy variada y poco despreciable. Incluso, en algún momento conseguí algunos de entre 1900 y 1910 que seguro pueden ser valiosos. Ahora que lo traigo a la memoria sería muy buena idea recuperar el álbum donde los tenía guardados.



Más recientemente, y debido a mi vocación viajera, decidí guardar monedas y billetes de los países que he visitado, por lo que además de su valor normal, tienen un gran valor sentimental al recordarme otras tierras que he pisado y otros cielos vistos.



También, continuando un poco con la costumbre de las gorras, tengo ahora algunos sombreros. No podría decir si esa cuestión obedece a motivos de vanidad o excentricidad, el caso es que me gustan estos peculiares elementos ornamentales.



Hay en mi casa también mucha artesanía, la mayoría regalos o recuerdos de mis viajes, pero igualmente con un significado particular. Se suman también algunas pinturas y grabados (no muchos) que han llegado a mi vida en diferentes circunstancias y que alimentan mi fantasía de ser coleccionista de arte, que algún día, con el conocimiento y el dinero suficiente, podré cumplir.



Todo esto lo cuento para dar pie al descubrimiento que hice hace unos días, que ha alimentado mi vocación de coleccionista durante muchos años, pero el cual no había hecho realmente consciente, al menos no con ese afán de coleccionar.



y es que descubrí que en realidad lo que soy, y desde lo más profundo de mi corazón, es un recolector de palabras, palabras escritas me refiero, que en realidad me han acompañado desde que empecé a leer. Aún guardo todos los comics e historietas que compraba en el puesto de periódicos del Jardín Unión en Guanajuato y que estaban siempre por toda la casa prácticamente hasta que cumplí 15 años.



Ahí, cuando entré a la prepa, descubrí en el librero de mi casa algunos libros de cuentos de ciencia ficción que creo habían sido de mi papá y que me acompañan ahora como parte invaluable de mi colección más importante.



A partir de ahí empecé a interesarme por otro tipo de lecturas y las palabras empezaron a desfilar. Conforme fui creciendo los libros fueron aumentando, empecé a leer mucho más y descubrí que esas palabras que con tanto afán recolectaba escritas, también podía intentar generarlas, primero escribiéndolas y después diciéndolas. noté que en realidad podían causar el efecto esperado en muchas situaciones y diferentes circunstancias, y me dí cuenta de ese tan sonado poder de las palabras. Por supuesto, también descubrí que entre más leyera, más palabras podría tener conmigo, y para tener más que leer necesitaba más libros: de ahí mi biblioteca como un jardín.



Por eso soy con toda la intensidad que puedo un verdadero recolector de palabras, y no lo digo sólo por decirlo, las aprecio de verdad, les doy un valor muy particular, las palabras son tesoros.



Mis libros ocupan un cuarto de mi casa y seguro algún día ocuparán mucho más. Me parece la manera más sencilla de guardar las palabras del mundo, de honrarlas… de alimentar mi afán de ser recolector.

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