Hay varias cosas que abundan en mi casa, cosas que acumulo porque me causan diversas sensaciones o me llevan a diferentes lugares. Dos de esas cosas son las plantas y los libros.
Libros tengo más de 600, de todo tipo y de una gran variedad de autores… disfruto en demasía siempre tener algo que leer. En algún momento haré una descripción más detallada de mi biblioteca, por ahora basta decir que desde que empecé a leer, cuando iba en la primaria, se me metió en la cabeza que algún día tendría una gran biblioteca, pero una grande de verdad… y eso es lo que estoy construyendo.
Por otro lado, las plantas… no sé nada de botánica, ni siquiera los nombres de todas las plantas que tengo, pero me gusta mucho el ambiente que le dan a la casa; no las consiento, mucho menos platico con ellas como lo hacen muchas personas, solamente me ocupo de regarlas cuando es necesario y asegurarme de que estén bien en la medida de lo posible. Algunas dentro y otras en el patio, algunas cactáceas y otras muy verdes como de selva. Siempre he pensado que si son capaces de purificar el aire del mundo entero, seguramente purificarán la energía de mi hogar, son como un filtro que me desintoxica cada que llego. De vez en cuando les dedico un tiempo extra, las podo o las cambio de maceta, lo suficiente para que vivan bien y me sigan haciendo sentir bien.
Estas dos cosas en particular vienen al caso cuando empiezo a leer “La Mano de la Buena Fortuna”, un libro de un autor serbio llamado Goran Petrovic. Cuando encontré el libro nunca había oído hablar de él, sólo cuando leí la biografía que viene en la pestaña de la portada me enteré que es uno de los escritores serbios contemporáneos más renombrados. Lo que me llamó la atención fue el título: “la buena fortuna”, otro de mis temas favoritos, aunque tampoco es de eso de lo que quiero hablar en esta ocasión.
Retomo el punto, cuando llego al segundo capítulo, me encuentro con una analogía que me emocionó: “una biblioteca como un jardín”. Imagínense dos de las cosas que más disfruto de mi casa, juntas, y además, mezcladas en una unión que normalmente no consideramos correcta, es más, ni siquiera la consideramos de ninguna manera.
Para que la idea sea más clara, me permito transcribir algunas líneas para pinten su propia imagen:
“Al pasar del corredor amueblado al cuarto de libros, Jelena tuvo la impresión de llegar a un jardín, aunque no había ninguna planta alrededor… de donde venía esa sensación, se preguntaba la joven, para lo cual después, durante meses, estaría encontrando, una y otra vez, toda una serie de explicaciones.
Tal vez se debía a tanta luz que irrumpía por las cortinas de punto grueso… la profusión de vidrios en las ventanas hacía pensar en el invernadero de un jardín botánico donde en lugar de plantas crecían libros.
¿Cómo saberlo?, quizá ese aspecto de jardín venía de la espesa enredadera de títulos a lo largo de cada pulgada libre de las demás paredes, desde el desnudo suelo hasta el anticuado techo alto de rincones herrumbrosos… parecían especímenes exóticos de allende los mares, que exigían un cuidado y condiciones climatológicas especiales.
Para alcanzar las filas superiores se disponía de una escalera móvil como aquellas para podar o injertar árboles frutales, de modo que separar las hojas sin cortar de los libros le parecía a Jelena una tarea con fines similares…
...Desde aquí se ramifica el árbol de mi vida.”
Como lo dije, estos son sólo fragmentos, y quizá su imagen no es tan clara si no leen el capítulo completo, pero para eso tendrán que buscar el libro, pues el blog no da para más.
Cuando yo lo leí la primera vez, vi perfecto el jardín, las enredaderas, la escalera, incluso las hojas de los árboles-libros. El brillo de la luz que entraba por la ventana me fascinó. Me daba un calor tan acogedor que me parecía quererme quedar por mucho mucho tiempo en la biblioteca-jardín. Imaginé sus líneas creciendo por todos los libreros, invadiendo las paredes, y los brillos dorados de los títulos ofreciendo unos maravillosos frutos al alcance de las manos.
Creo que la gente disfrutaría más de leer si todas las bibliotecas fueran un jardín. Podríamos pasar algunas tardes libres o las mañanas de los domingos en este espacio tan acogedor. Me veo llegando, con el sol reconfortante, y acercándome al árbol más frondoso a tomar un libro de alguna de las ramas. Así, con sólo estirar la mano.
Hasta ahora no he terminado el libro, pero he leído ese capítulo cuatro veces. Cada vez tomo ideas para construir algún día mi propia biblioteca-jardín, con enredaderas, bancas y árboles injertados.
Cuando esté lista podré invitarlos a disfrutarla. Ya verán, será un gusto recibirlos con un buen libro.
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