Oficina con vista al mar.


Mi oficina resulta un mirador extraordinario; ubicada en el 2° piso de un edificio que a su vez se encuentra en uno de los puntos más altos de la ciudad, me permite tener una vista de León que podría llamar envidiable. Siguen siendo cuatro paredes en las que paso nueve horas del día, pero la ventaja de que dos sean de cristal te da una perspectiva diferente.


Como yo la llamo, mi oficina con vista al mar… un mar de concreto, asfalto y muy pocos árboles, pero al fin y al cabo mar. Un mar tan claro que a veces me permite ver mucho más allá de donde acaba la ciudad y otras veces tan opaco que no alcanzo a ver ni donde acaba la colonia.


Estos días de lluvias me ha dado algunos paisajes de lo más interesantes. Puedo ver, por ejemplo, que a veces llueve en unas partes de la ciudad y en otras no, la lluvia se delimita de tal manera que parece que la dibujan con un lápiz, como si tuviera a su alrededor algún tipo de barrera invisible que no le permitiera mojar más de lo que estaba asignado para ese momento.


Otros días, me permite observar perfectamente la trayectoria de la lluvia, cómo viene desde una zona u otra, avanzando poco a poco y cubriéndolo todo con su manto húmedo hasta que ya es imposible percibir siquiera las torres de la catedral. Como si una gasa blanca fuera envolviendo cada calle y cada cuadra.


No es lo mismo ver desde aquí cómo avanza, a cuando la tienes encima y parece que sale de la nada empapándolo todo. A veces no llega a la ciudad, y sólo se queda a la distancia, esperando el momento oportuno. Decide volverse una lluvia campirana que sólo alcanzas a ver a lo lejos, recorriendo las montañas.


Hace diez días fue la mejor: había algunas manchas de sol en diferentes partes de la ciudad, lugares donde las nubes permitían pasar la luz y otros que estaban en la sombra, cuando de repente, desde el lado izquierdo, viniendo de la sierra, el agua comenzó a aparecer. Era una nube gigantesca, más obscura que las que se habían visto hasta estos días, aunque no llegaba a la parte alta de la ciudad, así que la podía contemplar en toda su extensión. Avanzaba poco a poco, cubriendo cada zona, cuando se fue acercando al primer lugar donde había sol, más o menos a la altura del centro de la ciudad, se pudo distinguir perfectamente cómo se formaba el arcoíris; primero muy tenue, apenas una pincelada de color, y conforme seguía entrando, los colores tomaban más forma, más fuerza. Al final cubrió otra vez todo, y el arcoíris desapareció, dejando sólo el color gris de los edificios mojados.


Me gustaría ver más verde… pero más me gustaría no tener que estarlo viendo diario desde acá.

Comentarios

  1. WAOOO!!! WAOOOO!!! Y, ¿EN QUÉ DICES, O A QUÉ HORA TRABAJAS? 9 HORAS OBSERVANDO EL MAR ASFALTICO TIPO LOS MAYAS ES TODA UNA PROEZA, ESTOY DESESPERADAMENTE BUSCANDO EL BLOG DEL RECTOR, IMAGINA SU OFICINA EN COMPARACIÓN, OJALA Y EL NO TENGA TU LIGA O NO LO SACARAS DE TU OFICINA “MAI FREN”. JAJAJ.

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  2. Cris, de verdad es un gusto leerte e imaginar esa vista. Nunca me ha gustado la lluvia, sin embargo, gozo enormemente el poder admirar imágenes creadas por la naturaleza.
    Saludos y estamos en contacto.

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