Ahora sin Monsiváis

A él nunca lo leí, pero era un deleite total escucharlo hablar. Su estilo tan particular llamaba de inmediato la atención cuando en tiempos de ocio me dedicaba a cambiar de un canal a otro de la televisión con nada en la mente.

Encontrarlo en algún programa y dedicar unos minutos a escucharlo era justo como abrir uno de sus libros. No sé si hablaba como escribía o escribía como hablaba, pero en cualquiera de los casos, esa era la sensación que daba.

En enero del 2009 estuvo en León, vino a visitarnos para presentar uno de sus últimos libros, un homenaje a Pedro Infante; y yo, que trabajaba en el Instituto Cultural de León, era parte del equipo que lo atendería.

La rueda de prensa un tanto accidentada, como siempre que se presentan a los reporteros este tipo de personajes. Por esos meses estaba de moda la “ley” que prohibía darse besos y muestras de cariño en público en la ciudad de Guanajuato, y por supuesto, la ocasión no podía pasar sin preguntarle al maestro su opinión al respecto después de que habló un poco sobre su última publicación. Su respuesta fue muy cómica: “La verdad no venía preparado, pero…” y de inmediato sacó del bolsillo de su saco una plana del periódico Reforma donde se abordaba el tema, y entre lectura y sarcasmos, ya podrán imaginar el tono de su respuesta, no hubiera querido ser el Alcalde de Guanajuato.

En la noche, después de una de las presentaciones editoriales más pintoresca, divertida y original que he presenciado (alternaba Monsiváis, un mariachi y proyección de fragmentos de películas de Pedro Infante) lo llevamos a cenar.

Íbamos cuatro personas más y él; en el trayecto pensé que por fin descubriría si hablaba igual ante los medios que en una ocasión no pública. Si, hablaba igual, fue impresionante ver como a través de tres horas lo mismo habló del alcalde de Gto. (otra vez) que de arte contemporáneo, de sus gatos que de sus políticos conocidos, de recetas de cocina que de ópera y música clásica. Nos llevó de un sitio a otro con la mayor de las calmas, y durante un momento, disfrutamos de su particular visión de la vida, y sobre todo, de la vida en México.

A partir de ahora descansará en el Estanquillo, una de sus más grandes pasiones según nos dijo esa noche. Elenita, mi querida Elenita, lloró por su amigo en Bellas Artes; afuera, todo su pueblo le lloró. Yo sólo puedo decir: Gracias por esa cena, Maestro Monsiváis, y que le vaya muy bonito.

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